¿Disca o no?
Ya estoy en los 40, y ahora estoy en un momento, en el que tengo una pregunta. ¿Disca o no?
Siempre fui la niña rara, supongo que tan rara, que en segundo de primaria se consideró por parte del orientador escolar que se me hicieran pruebas. Y un psicólogo me hizo el test de superdotación. Positivo.
Más adelante me enteré que también debería haber hecho las pruebas de autismo y TDAH infantiles, que no hizo.
Y fui creciendo, por suerte en una familia que siempre me proveyó de todo estímulo intelectual que quise, dentro de nuestras capacidades económicas de cada momento. Nunca me faltó nada para aprender.
Pero, dentro de mis rarezas, habían cosas que no se explicaban simplemente con esa etiqueta: superdotada.
- ¿Por qué hay que mirar a la gente a los ojos? ¿No le da grima a nadie?
- Es que a nadie le da pánico quedarse sola en la discoteca cuando el resto se va a bailar a la pista, o a pedir una copa, o a fumar.
- Si hemos quedado los cuatro, por qué viene alguien más que no habíais dicho antes.
- Dijimos de ir a comer a ese sitio antes de ir al cine, me pone nerviosa y me quita el hambre cambiar el sitio a última hora.
- Esto se ha llenado demasiado, necesito irme, necesito irme ya, vámonos, no me puedo ir sola.
- No puedo ir a ese sitio sola, por mucho que quiera, no puedo.
- Necesito abrazar ese cojín para dormirme.
- No oyes ese sonido, haz que pare, no puedo seguir oyéndolo, me hace daño, haz que pare por favor.
- Por qué tengo que tocarte para saludarte, por qué un beso.
- Estoy más cómoda sentada así, por qué tengo que sentarme de otra manera o en otro sitio.
- Si balancearme me relaja, por qué te molesta a ti.
- No puedo caminar sola por la calle si no llevo música. Por qué me dejas sola en esta ciudad que no conozco, sin auriculares, sin música. Íbamos juntas…
Y seguramente más rarezas, que ahora mismo no recuerde. Rarezas, que nadie que yo conocía tenía.
Hasta que a mis 38 años empecé a conocer gente en internet, que sí tenía esas mismas rarezas, o muy parecidas, y las asociaba a algo, que tiene muchos nombres: Asperger, Trastorno del Espectro Autista o Autismo.
Y si trastorno tiene connotaciones negativas, Asperger, aún peores, así que quedémonos con Autismo.
Así que nada, a investigar. Y pues sí, todas esas cosas que yo llamaba “rarezas” encajaban en características del “espectro” autista, que se denomina así porque no todos los autistas tienen las mismas, ni en mismo grado, ni intensidad, y además pueden variar con el tiempo.
Y que adaptarse para encajar esas rarezas, básicamente lo que yo hacía todos estos años, ya de forma automática a inconsciente en casi todas, se le llamaba enmascarar.
Un diagnóstico o dos de esos de internet daban puntuaciones muy altas, supuestas pruebas oficiales de colegios de psicología lo dejaban claro que tenía autismo. Bueno, ya obtendría el diagnóstico oficial, que prisa había si tenía el enmascaramiento dominado, y no pasaba nada.
Pero, en realidad, sí que pasaba, y la cosa iría exponencialmente a peor.
Durante años había tenido en ocasiones, muy separadas en el tiempo, despertares con un ataque de escalofríos, o eso me parecían, paralizantes, que me costaba mucho levantarme de la cama, y siempre cogía y cuando conseguía levantarme, me ponía una chaqueta, una manta, y se me terminaba pasando. Me volvía a acostar, pensando, bueno, me habrá dado frío.
Pero un día me pasó lo mismo despierta. Me pasó exactamente después de tener miedo de perder a alguien que quería. Y al preguntarlo a una psicóloga, lo consideramos ansiedad. Aunque no entendíamos esas experiencias nocturnas. Eran tan escasas y separadas en el tiempo que las descartamos.
Y empecé una relación. Y esos ataques aumentaron. La psicóloga consideró que era miedo a perderla ya que era en principio una relación a distancia y yo tuve una experiencia pasada que propiciaba pensar tener miedo al abandono. Y me recetó un ansiolítico, que paraba los ataques.
Cuando me mudé con mi pareja, que se supone que ya no debía existir ese miedo, los ataques continuaban. Es más, incluso en momentos de felicidad y alegría, seguían ocurriendo. Ya no tenía sentido…
Pero todo el tema del autismo estaba parado, no le veía ninguna necesidad.
Entonces se descubrió el pastel, mi pareja, era una psicópata narcisista, y cuando comenzó la fase de devaluación, luces de gas, mentiras, los ataques pasaron a ser casi diarios, el médico aumentó el ansiolítico, pero ya ni siquiera hacía efecto, no podía hacer nada, trabajar, y tras varios meses infernales, que no toca describir aquí… el 2 de Julio de 2023, intenté suicidarme.
Y entonces fui al psiquiatra.
Nunca sabré si fue el decidir seguir viviendo, o la medicación. No es que importe pero. Se acabó el enmascaramiento automático. Dejé de hacerlo al día siguiente. Y el que hacía “manualmente” por así decirlo pues mira, también pasé de seguir haciéndolo.
Y el psiquiatra rápidamente me pilló al vuelo: Trastorno Generalizado del Desarrollo (CIE-10 F84) de alto funcionamiento, Asperger. Y con este diagnóstico me recomendó ir a una asociación, y presentar la documentación para el reconocimiento legal de la discapacidad. ¿La discapacidad? Bueno de eso va este escrito al fin y al cabo.
Porque bueno en realidad todas esas rarezas, esas características, responden a lo que vienen siendo características varias del espectro autista, que podríamos reducir en la forma diferente del cerebro autista de percibir los estímulos, internos y externos, emocionales y físicos.
Además, las “rarezas” aumentaron en intensidad, y número, después de la experiencia con la narcisista. La sensibilidad a los estímulos auditivos y lumínicos se ha multiplicado de tal manera que no puedo salir a la calle de día, ni entrar a un centro comercial, sin llevar las gafas de sol, y los auriculares (con o sin música, según el nivel de ruido ambiente). Cuando antes sólo era si estaba sola en la calle, por ejemplo.
Pero los ataques también han aumentado. Y evolucionado. Tienen distintas intensidades. Y en ocasiones no responden a los ansiolíticos. Y en otras sí. A veces se pueden vincular fácilmente con una sobreestimulación sensorial física, otras con una sobrecarga emocional. Otras, con nada.
Lo que está claro, es que no son ataques de ansiedad. Porque los ataques de ansiedad, no se extienden, sin desaparecer, sólo variando su intensidad, durante días. Y una vez más, gracias a tener una red de experiencias autistas con las que comparar, la descripción sintomatológica corresponde con lo que en jerga anglosajona se conoce como “meltdown” y “shutdown”.
Dos formas de respuesta del cerebro autista a verse sobrepasado, sobrecargado.
Encaja.
Otro regalo de la relación narcisista ha sido que parece que no tengo la capacidad de despertarme bien como antes, de comenzar tareas que me gustan como podía antes, de seguir mis rutinas. Incluso hay días en los que no puedo hacer nada más que simplemente, estar tumbada en la cama.
Aunque lo lógico, y lo que el psiquiatra apunta, es depresión. La verdad es que no tengo anhedonia. Tengo placer, ¡cuando consigo hacer algo! Lo que no tengo, es la iniciativa de hacerlo… Incluso probamos una medicación, funcionó un tiempo, y luego, nada. Eso, no encaja con una depresión.
Pero encaja, con la siguiente característica autista, del anglosajón: “burnout”. Aunque este término también existe en una condición alista, relacionada con el trabajo, en el autismo es algo completamente diferente.
El burnout autista se define como un síndrome de agotamiento, pérdida de habilidades, hipersensibilidad sensorial o intensificación de características autistas, dificultad para emprender tareas aunque fueran placenteras y deseables. Y que se extiende por un periodo de al menos tres meses. Encaja.
Comúnmente es causado por un periodo prolongado de estresores, como pueden ser uso excesivo del enmascaramiento, estados repetitivos de ansiedad, etc.
Diría que décadas de enmascaramiento sumados a medio año de luces de gas y mentiras narcisistas cuentan. También encaja.
Bueno, a donde íbamos.
Ahora mismo estoy en un punto bastante grave, que de no tratarse adecuadamente se podría convertir en permanente. Si las cosas son como descritas, me encuentro en un momento de burnout lo cual, me discapacita, de momento, temporalmente. De no tratarlo, se convertiría en permanente. Si no lo ha hecho ya. Esperemos que no.
Considerémoslo solucionado. Es indudable ya a vistas, que soy autista, no quepan dudas. Y en esta sociedad, no diseñada para las personas autistas, que exige que encajemos en un patrón, en el que tenemos que enmascararnos para meternos, hacerlo conlleva un precio. Y ya he visto el precio.
El precio es una sucesión de ataques espásmicos, “meltdown” y “shutdown” que terminaría sobrecargando hasta provocar un nuevo “burnout”.
Entonces necesito, en la medida de lo posible, aprovecharme de las adaptaciones que la sociedad en la que vivo me otorga para no tener que enmascararme, ni sobrecargarme. Es decir, las adaptaciones para la discapacidad.
O sea, que ser autista, es ser discapacitada.
Que soy discapacitada.
Entonces, ¿lo era todos estos años?
Pero, no soy ciega, ni sorda, ni tengo un problema físico. Siento, impostora. Soy diferente. Pero si es verdad que las adaptaciones me facilitarían la vida, me la nivelarían un poco como a la gente que no es autista. No igual, no me la harían igual de fácil. Pero más fácil que ahora.
Pero sigo sintiéndome impostora.
¿Soy discapacitada? La lógica dice que sí. Pero, decirlo en voz alta suena raro.
Ahora mismo, en este “burnout” muy capacitada tampoco me siento…
No lo sé. Supongo.